En estos últimos meses ha cobrado fuerza en diversas Universidades españolas la movilización, fundamentalmente estudiantil, frente a la reforma de las titulaciones universitarias para su convergencia en un Espacio Europeo de Educación Superior, el llamado "proceso de Bolonia". Esta movilización, no obstante, tiene distintas dimensiones, que se corresponden con la complejidad de la situación de clase del estudiantado universitario.
Sabemos que la Universidad hace años que dejó de ser un reducto elitista de los hijos de la burguesía. Pero sabemos también que los hijos de obreros siguen siendo una minoría en ella. En su mayor parte, su procedencia de clase es de trabajadores "intelectuales" y de capas medias, incluyendo profesionales liberales.
A su vez, su "destino de clase" es diverso: en unos casos, pasar a dirigir el negocio familiar; en otros, ejercer una profesión bien remunerada, ya como "profesionales liberales", ya como asalariados con una retribución netamente superior a la renta media; y en otros casos, el paro o el subempleo, realizando tareas para las que no necesitan su formación académica o, en todo caso, con una retribución netamente inferior a la renta media, como los llamados "milieuristas"; a ello se añade también un porcentaje significativo que no llegan a obtener una titulación universitaria, cayendo así dentro de lo que llamamos "fracaso escolar".
Dada esta complejidad de situaciones, hay que analizar en detalle el contenido de las reivindicaciones del movimiento estudiantil, para deslindar aquéllas congruentes con los intereses generales de la clase trabajadora de aquéllas que corresponden a otros intereses particulares.
En el caso del movimiento frente a la aplicación del llamado "proceso de Bolonia", hay componentes que se corresponden plenamente con los intereses generales de la clase trabajadora y son congruentes con los objetivos socialistas, como la oposición a la privatización y mercantilización de la Universidad Pública, entendiendo tal "mercantilización" como la subordinación al mercado. Dicha subordinación, además, sería escasamente funcional a la Universidad, donde los ritmos de la formación educativa y de la investigación requieren una perspectiva a medio y largo plazo que no puede regularse de forma adecuada por el mercado. Y es un mérito del movimiento estudiantil haber forzado a diversos actores a pronunciarse en contra de la mercantilización de la Universidad Püblica, contribuyendo así al movimiento contra el neoliberalismo que cabalga en todo el mundo a lomos de la bancarrota de las políticas neoliberales expresada en la actual crisis global del sistema capitalista.
Hay que señalar, no obstante, que tal mercantilización puede corresponder a las políticas neoliberales de una serie de Gobiernos y de la misma Unión Europea, pero no se deduce de las Declaraciones de Ministros Europeos que jalonan el "proceso de Bolonia", y que incluyen a casi todos los Estados europeos, de dentro y de fuera de la Unión Europea. Por ello no puede pasarse sin más de la crítica al mercantilismo al rechazo global del "proceso de Bolonia".
Para ello es necesario pasar de la crítica al mercantilismo a la crítica de lo que sí es uno de los principios centrales de dicho proceso: la "empleabilidad". Se entiende por tal el hecho de que la obtención de una titulación universitaria capacite para el ejercicio de una profesión y permita encontrar trabajo en la misma. Naturalmente, dicho trabajo podrá encontrarse en la función pública, en un ejercicio independiente como profesional liberal, o como asalariado, es decir, en lo que se llama el "mercado laboral". La proporción en la que se den esas tres formas de trabajo dependerá de la estructura económica de la sociedad, pero en la medida en que una parte importante de ésta corresponda al modo de producción capitalista la "empleabilidad" supone que la Universidad prepare en buena parte a sus estudiantes para la incorporación al mercado laboral.
No obstante, es importante distinguir entre el hecho de que los estudios universitarios preparen para la incorporación al mercado laboral, y por tanto que la Universidad eduque en buena medida para el mercado laboral, y la pretensión de que el contenido de dichos estudios se determine por una adaptación al mercado laboral. Lo primero es una necesidad para que la Universidad cumpla su función social en el marco de un sistema capitalista. Lo segundo sería profundamente disfuncional, como hemos señalado antes: dada la rápida evolución y variabilidad del mercado laboral, en el marco además de un desarrollo tecnológico acelerado, determinar los contenidos específicos de los estudios por las demandas actuales del mercado laboral no garantizaría su adaptación a las demandas de dicho mercado a la finalización de los estudios, 4 o 6 años más tarde. Por sus propios ritmos y naturaleza, los estudios universitarios requieren de una programación a medio y largo plazo, y no pueden regularse por el mercado, sino por una planificación del desarrollo socioeconómico y cultural.
Y precisamente la planificación de un desarrollo sostenible requiere de la formación de profesionales creativos con capacidad investigadora e innovadora, cuya incorporación al mercado laboral (en la medida en que subsista el modo de producción capitalista) supondría una transformación del mismo. Es decir, en vez de "adaptarse" al mercado laboral, la Universidad impulsaría la transformación del mismo en el marco de una renovación tecnológica. Hay que señalar, además, que en este modelo de desarrollo el protagonismo principal corresponde a la creatividad del trabajo y no a las inversiones más o menos especulativas de capital privado, lo que precisamente crea condiciones adecuadas para la superación del capitalismo y el desarrollo del Socialismo (naturalmente, del siglo XXI) como un proceso de transformación democrática hacia una humanidad sin clases ni Estados, es decir, hacia lo que Marx llamó el comunismo.
Ojo: no estamos diciendo que la "empleabilidad" conduzca necesariamente al comunismo. Pero sí que la perspectiva comunista, la vía socialista para la transformación de la sociedad, requiere de la "empleabilidad" de los titulados universitarios.
En este marco, ¿qué sentido tiene el rechazo a la "empleabilidad" vinculado a la consigna del "No a Bolonia"?
Hay que subrayar que no tiene sentido contraponer "formación profesional" con "formación humanística": también hacen falta, y cada vez más, profesionales formados en ciencias humanas, como la psicología, la pedagogía o la sociología, tanto en el sistema educativo como en las empresas (públicas o privadas), y la misma formación artística es un instrumento relevante para el fomento de la creatividad necesaria para lo que se llama el "I+D+i" (Investigación+Desarrollo+innovación). También, naturalmente, hacen falta historiadores, bien para la docencia bien para la investigación en el ámbito público. Otro problema distinto es el lugar de la filosofía en los estudios superiores, sobre el que debatieron Manuel Sacristán y Gustavo Bueno en 1970, pero ese es un debate específico que no debe confundirse con el debate global sobre el "proceso de Bolonia".
De hecho, la oposición a que la Universidad prepare a sus estudiantes para trabajar, postulando una formación cultural al margen del ejercicio de cualquier profesión, sólo es consistente con los intereses de aquellos estudiantes cuyos medios de vida futuros no dependan de su formación académica, sino que están eventualmente garantizados por su origen familiar.
Más allá de sus intenciones, éste el significado profundo de la consigna "No a Bolonia", consigna que se apoya también sobre el equívoco de su confusión con la justa consigna del "No a la mercantilización de la Universidad".
Sabemos que la Universidad hace años que dejó de ser un reducto elitista de los hijos de la burguesía. Pero sabemos también que los hijos de obreros siguen siendo una minoría en ella. En su mayor parte, su procedencia de clase es de trabajadores "intelectuales" y de capas medias, incluyendo profesionales liberales.
A su vez, su "destino de clase" es diverso: en unos casos, pasar a dirigir el negocio familiar; en otros, ejercer una profesión bien remunerada, ya como "profesionales liberales", ya como asalariados con una retribución netamente superior a la renta media; y en otros casos, el paro o el subempleo, realizando tareas para las que no necesitan su formación académica o, en todo caso, con una retribución netamente inferior a la renta media, como los llamados "milieuristas"; a ello se añade también un porcentaje significativo que no llegan a obtener una titulación universitaria, cayendo así dentro de lo que llamamos "fracaso escolar".
Dada esta complejidad de situaciones, hay que analizar en detalle el contenido de las reivindicaciones del movimiento estudiantil, para deslindar aquéllas congruentes con los intereses generales de la clase trabajadora de aquéllas que corresponden a otros intereses particulares.
En el caso del movimiento frente a la aplicación del llamado "proceso de Bolonia", hay componentes que se corresponden plenamente con los intereses generales de la clase trabajadora y son congruentes con los objetivos socialistas, como la oposición a la privatización y mercantilización de la Universidad Pública, entendiendo tal "mercantilización" como la subordinación al mercado. Dicha subordinación, además, sería escasamente funcional a la Universidad, donde los ritmos de la formación educativa y de la investigación requieren una perspectiva a medio y largo plazo que no puede regularse de forma adecuada por el mercado. Y es un mérito del movimiento estudiantil haber forzado a diversos actores a pronunciarse en contra de la mercantilización de la Universidad Püblica, contribuyendo así al movimiento contra el neoliberalismo que cabalga en todo el mundo a lomos de la bancarrota de las políticas neoliberales expresada en la actual crisis global del sistema capitalista.
Hay que señalar, no obstante, que tal mercantilización puede corresponder a las políticas neoliberales de una serie de Gobiernos y de la misma Unión Europea, pero no se deduce de las Declaraciones de Ministros Europeos que jalonan el "proceso de Bolonia", y que incluyen a casi todos los Estados europeos, de dentro y de fuera de la Unión Europea. Por ello no puede pasarse sin más de la crítica al mercantilismo al rechazo global del "proceso de Bolonia".
Para ello es necesario pasar de la crítica al mercantilismo a la crítica de lo que sí es uno de los principios centrales de dicho proceso: la "empleabilidad". Se entiende por tal el hecho de que la obtención de una titulación universitaria capacite para el ejercicio de una profesión y permita encontrar trabajo en la misma. Naturalmente, dicho trabajo podrá encontrarse en la función pública, en un ejercicio independiente como profesional liberal, o como asalariado, es decir, en lo que se llama el "mercado laboral". La proporción en la que se den esas tres formas de trabajo dependerá de la estructura económica de la sociedad, pero en la medida en que una parte importante de ésta corresponda al modo de producción capitalista la "empleabilidad" supone que la Universidad prepare en buena parte a sus estudiantes para la incorporación al mercado laboral.
No obstante, es importante distinguir entre el hecho de que los estudios universitarios preparen para la incorporación al mercado laboral, y por tanto que la Universidad eduque en buena medida para el mercado laboral, y la pretensión de que el contenido de dichos estudios se determine por una adaptación al mercado laboral. Lo primero es una necesidad para que la Universidad cumpla su función social en el marco de un sistema capitalista. Lo segundo sería profundamente disfuncional, como hemos señalado antes: dada la rápida evolución y variabilidad del mercado laboral, en el marco además de un desarrollo tecnológico acelerado, determinar los contenidos específicos de los estudios por las demandas actuales del mercado laboral no garantizaría su adaptación a las demandas de dicho mercado a la finalización de los estudios, 4 o 6 años más tarde. Por sus propios ritmos y naturaleza, los estudios universitarios requieren de una programación a medio y largo plazo, y no pueden regularse por el mercado, sino por una planificación del desarrollo socioeconómico y cultural.
Y precisamente la planificación de un desarrollo sostenible requiere de la formación de profesionales creativos con capacidad investigadora e innovadora, cuya incorporación al mercado laboral (en la medida en que subsista el modo de producción capitalista) supondría una transformación del mismo. Es decir, en vez de "adaptarse" al mercado laboral, la Universidad impulsaría la transformación del mismo en el marco de una renovación tecnológica. Hay que señalar, además, que en este modelo de desarrollo el protagonismo principal corresponde a la creatividad del trabajo y no a las inversiones más o menos especulativas de capital privado, lo que precisamente crea condiciones adecuadas para la superación del capitalismo y el desarrollo del Socialismo (naturalmente, del siglo XXI) como un proceso de transformación democrática hacia una humanidad sin clases ni Estados, es decir, hacia lo que Marx llamó el comunismo.
Ojo: no estamos diciendo que la "empleabilidad" conduzca necesariamente al comunismo. Pero sí que la perspectiva comunista, la vía socialista para la transformación de la sociedad, requiere de la "empleabilidad" de los titulados universitarios.
En este marco, ¿qué sentido tiene el rechazo a la "empleabilidad" vinculado a la consigna del "No a Bolonia"?
Hay que subrayar que no tiene sentido contraponer "formación profesional" con "formación humanística": también hacen falta, y cada vez más, profesionales formados en ciencias humanas, como la psicología, la pedagogía o la sociología, tanto en el sistema educativo como en las empresas (públicas o privadas), y la misma formación artística es un instrumento relevante para el fomento de la creatividad necesaria para lo que se llama el "I+D+i" (Investigación+Desarrollo+innovación). También, naturalmente, hacen falta historiadores, bien para la docencia bien para la investigación en el ámbito público. Otro problema distinto es el lugar de la filosofía en los estudios superiores, sobre el que debatieron Manuel Sacristán y Gustavo Bueno en 1970, pero ese es un debate específico que no debe confundirse con el debate global sobre el "proceso de Bolonia".
De hecho, la oposición a que la Universidad prepare a sus estudiantes para trabajar, postulando una formación cultural al margen del ejercicio de cualquier profesión, sólo es consistente con los intereses de aquellos estudiantes cuyos medios de vida futuros no dependan de su formación académica, sino que están eventualmente garantizados por su origen familiar.
Más allá de sus intenciones, éste el significado profundo de la consigna "No a Bolonia", consigna que se apoya también sobre el equívoco de su confusión con la justa consigna del "No a la mercantilización de la Universidad".
Artículo tomado del Mundo Obrero digital
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